domingo, 2 de noviembre de 2008

Mimí (2)


Hay días en que uno desea que un enviado celestial nos salve de seguir trabajando, que nuestro jefe muera o, en el mejor de los casos, ganar el Loto o el Quini y poder mandar a todos "a la mismísma c.d.m." para dedicarnos a criar panza y saborear exquisitos tragos a bordo de un crucero vitalicio. En mi caso, María, que estaba rumbo a su clase de teatro me llamó y, sin mucho esfuerzo, logró convencerme de ir a tomar unas cervezas.
Caminamos por Talcahuano rumbo al sur y en el camino me expuso una de sus teorías irrefutables: "El colectivo 39 es una masa, siempre viene en orden. Primero el uno, luego el dos y después el tres. Así uno sabe perfectamente cuanto va a tardar el que se tiene que tomar". Como no podía suceder de otra manera, ni bien terminó la categórica afirmación pasaron dos colectivos de la línea 39, ramal 2 juntos y luego uno que lucía, en su cartel luminoso, el número "1". Ella me dijo que se sentía estafada y dolida por esa actitud de desprecio que la línea había tenido con ella, su más acérrima defensora. Por mi parte aproveché la boleada para destilar mi humor ácido y la gaste todo el camino. Hubiera querido caminar más y seguir enfermándola pero ella, que para entonces me golpeaba el hombro y protestaba diciendo "Bueno, bueno eh!...no te banco, sali", decidió entrar en un bar en la esquina de Avenida de Mayo.
Allí quiso resarcirse esbozando su segunda gran teoría: "Los mensajes de texto van cargados con la vibra que tenía su emisor" pero su nivel de credibilidad era casi nulo y aunque debo admitir que alguna vez lo he pensado, solo me limité a mirarla con una sonrisa socarrona.
Pedimos dos cervezas y nos pusimos a dejar que el tiempo transcurriera en charla, hasta que se me ocurrió preguntarle por la vida de Mimí. Entre lo que me había contado anteriormente y los nuevos datos logré construir esta historia que tiene tanto de verdad como de fantasía.
"Por razones de vanidad no se sabe a ciencia cierta la edad de Mimí, aunque por mi experiencia personal calculaba que la fecha de su nacimiento estaba cercana a fines de la década del cuarenta. Las malas lenguas afirmaban que su alumbramiento se remontaba diez años atrás en el tiempo. Siempre vivió en la casa de sus padres en el barrio de Caballito, cerca de la iglesia del "Buen Pastor" donde asistía a la misa dominical sin excepción ni llegadas tarde, hasta que la temprana muerte de su padre y la acción de la razón borraron de su espíritu todo rastro de fe. Hija de un matrimonio de clase media, exiliados hacia estas tierras que prometían por lo menos paz, fue educada sobre los pilares del Trabajo y la Familia, y ni bien se recibió de Perito Mercantil, fue contratada como secretaria en una empresa multinacional donde la velocidad de sus dedos le permitió ganarse el dinero suficiente para colaborar con la economía familiar y darse algunos gustos mundanos. Ya acostumbrada a los gobiernos militares y despreocupada por los vaivenes de la política se sumergió en el movimiento hippie. La filosofía del amor libre le permitió conocer los ardores del cuerpo, los que disfrutó sin amor ni odio. Adoptó las remeras batik, los pantalones oxford, bicha, colgantes artesanales, sandalias y en los días de frío un par de alpargatas negras. Inútiles fueron los ruegos de su madre que veía con temor que su hija pudiera ser asociada a algún grupo "subversivo" y fuera chupada por los agentes de la represión. Ella transitó aquellos los duros como un extraño fantasma ajeno al mundo que la rodeaba, más preocupada por acompañar a su madre, quien ya entonces sufría de una osteoporósis avanzada, que enlodarse en oscuros vericuetos políticos. Pese a su aire de "familiera" no descuidó salir a disfrutar de las diversiones propias de su edad. Como mujer tenía una combinación irresistible; un físico más que voluptuoso, un rostro delicado y angelical, y un desparpajo en sus maneras y en su habla que la tornaban una fruta exótica sumamente atractiva. Ella, despreocupada de lo que producía en el sexo opuesto, disfrutaba del cortejo y de la elección, pero cuidando siempre de no entregar su corazón y su alma, los que permanecerían vírgenes hasta la llegada de ese amor que la deslumbraría. La espera fue larga pero lo encontró ya entrados los treinta años cuando entró a trabajar en la escribanía de María. El hombre que se apoderó de sus sentimientos y colmó su vientre de deseos, tenía un porte distinguido y un aire de mundo lo rodeaba al andar. Al hablar tenía aliento a menta y cilantro, podía cautivar a un auditorio ni bien la primera sílaba salía de su boca. Este hombre, que la desveló en las noches y la obligó a mitigar sus ansias con extraños, estaba casado y así permaneció largo tiempo hasta que finalmente se separó. Pero el destino obra de extrañas maneras y no pudo doblegarlo con sus insinuaciones y atenciones. Vanos fueron sus intentos pues el amor de aquel ser correspondió a otra mujer más joven y bella. El dolor se plasmó en la figura de Mimí deformándola y aunque intentó durante años deshacerse de ese sentimiento despreciado sin mala intención no tuvo éxito. Su alma había elegido y aún hoy, mantiene esa elección que tomó hace casi veinte años atrás, contentándose con pequeños gestos de galanería y un contacto laboral obligado que alimentan sus perennes e inútiles esperanzas".