Comienzo a escribirte sentado en la misma silla desvencijada que hasta ayer te servía de sustento para tus horas de lectura. Su rechinar me recuerda a las tardes húmedas de torta frita y mate, a la ventana empañada, al silbido del viento entre las rendijas de la puerta.
No pretendo aburrirte entre recuerdos, pero me veo obligado a recordarte que has dejado sobre la mesa olvidado un pañuelo y algunos besos que no he podido devolverte.
Lejos esta en mi intención decirte que tengo un sin fin de recuerdos que no me entran en los cajones de la memoria. Ni quisiera que veas en mis palabras la intención de que retomemos el álbum de fotos que quedó trunco ante tu partida.
¡Es más, no pretendo que respondas esta misiva y si te resistes a abrir el sobre cuando veas mi nombre estampado en el remitente mucho mejor!
Sabes lo tanto que detesto a los egoístas que no pueden sorportar la caducidad del amor y se arrastran como babosas infectas de dolor y lágrimas. Aquellos que se conforman con suscitar aunque más no sea pena en el ser amado para tenerlo, para acapararlo, para atesorar esas caricias que son las mismas que recibe un perrito faldero. ¡De ninguna manera!
Y si aún en tu alma abrigas esa fresca curiosidad que tanto perfumaba los ánimos haciéndote ver niña y mujer. Si no puedes resistir la tentación de leer estas líneas como no podías evitar reposar sobre mi pecho en las tantas tardes de primavera que degustamos a la vera del río, espero que prontamente aplastes bajo tus palmas de ceda este papel áspero y sucio, indigno de ti.
No voy a negar que en alguna oportunidad, caminando ocasionalmente frente a tu puerta no estuve tentado de mirar hacia arriba y verificar si la luz de tu habitación permanecía prendida en las madrugadas de la soledad.
Sería un mentiroso si no te dijera que alguna que otra vez tomé presuroso el teléfono en la ansiedad de escucharte.
¡Que me parta un rayo si en este preciso momento no me maldigo por dibujar estas mismísimas letras!.
Pero tengo una misión loable que cumplir, una urgencia que ningún caballero que se precie de serlo puede evadir. ¡Sólo los cobardes imploran piedad y se niegan a resignar el ardor en el pecho que siente quien no es correspondido por su amada! Y todo el amor que nos juramos por siempre y todas las caricias, los besos y la pasión que nos prodigamos serían injustamente premiados, sería tachados como escoria de un tiempo que no habrá de volver, sino dejara a tu delicado andar en libertad.
Es por ello que no abre de pedir disculpas por todos los errores que te llevaron con justicia a alejarte de mí, no te merezco, no alcanzo el grado de nobleza que un hombre debe tener para gozar de la dicha de caminar de tu mano. Aún si volvieras sabe que serás rechazada. No toleraría el verte humillada para disimular tu pureza de alma bajo el ropaje de un mendigo, como el que porta quien escribe estas palabras.
Por eso convencido de la justicia de mi petición y de lo imperioso de mi cometido es que te pido encarecidamente que por favor no vuelvas.
Tuyo