jueves, 8 de enero de 2009

Felices Fiestas con Nydia!!

En estas fiestas, cumplí rigurosamente todos los rituales, que abarcan:
1) Salir a comprar los regalos el mismo 24 para tener que soportar horas de cola y olvidarme de la siesta que había programado.
2) Luchar por tratar de ser el primero de la familia que se bañe cuando sé que se repetirá la constante de todos los años y sólo podré gozar de una ducha de cinco minutos con agua fría.
3) Esperar ya vestido en el auto a que mi mamá acomode el palo para el rollo de cocina que quedó fuera de lugar, vea donde metió el celular y prenda las lamparitas del árbol de navidad, mientras Roberto protesta por la demora.
4) Llegar a lo de mi tía 20 minutos tarde y tener a todos esperando nuestro arribo para poder comenzar la ceremonia del brindis que habilitará el ataque masivo a la mesa donde esta la comida.
5) El griterío que se genera para asegurarse que todos los vasos estén llenos con algo para brindar y tratar de convencer, inútilmente, a mi abuela que no puede brindarse con agua, lo que motiva el ya remanido chiste de mi tío (“No importa, acaso nos vamos a quedar afuera del mundial en la primera ronda??!!...cuack!)
6) Comer como un mamut hasta el punto de reventar y atorarse la garganta con vitel thone (plato que sólo se hace para las fiestas vaya uno a saber por qué), pavo, lechón, arroyado de roquefort y nueces, ensalada Waldorf, ensalada de fruta, confites de chocolate, pasas de uva bañadas con chocolate, turrón (blando, semiblando, duro y el que te parte los dientes) y, por supuesto, pan dulce.
7) Chupar como un borracho certificado y olvidarse de los estrictos controles de alcoholemia, el sistema de puntaje para los conductores, que la silla donde estabamos sentados la había movido Paula hacía cinco minutos, que ya habíamos propuesto nueve brindis por las fiestas, que no tenemos ni talento ni afinación suficiente para cantar siquiera el “Payaso Plin Plin” o que la tía “Queca” no esta en edad para bailar Reggetón.
8) Terminar de brindar con la familia e intentar comunicarse con todos los amigos al mismo tiempo que otras 35 millones de personas y protestar porque el servicio de celulares funciona cada vez peor.
9) Arreglar una salida a “una fiesta de la Rubia” a la cual llegamos cerca de las 3.20 de la matina y de allí salir disparados para otra “que dicen que esta a full” pero que, misteriosamente, se calmó cuando uno arriba. De allí salir para la casa de Pablo donde se juntaban los pibes a brindar antes de enfilar para el boliche pero nunca partir y finalmente ver el amanecer tomando un “Ananá Fizz” solo en la plaza del barrio.
10) Levantarse con una resaca importante que deberemos disimular al mediodía cuando almorzaremos las sobras del día anterior.
11) Finalmente y en el mejor de los casos bajarse medio frasco de Hepatalgina.


Sin embargo, este año nuevo tuve la suerte de viajar al campo.
El campo es un lugar donde se respira tranquilidad, donde uno siente que pudiera acariciar las estrellas, donde se saborea el aroma del pasto de la mañana sacudiéndose el rocío, el de la tarde que sabe a mate amargo y el de la noche que recibe aliviado un baño de luna.
En el campo las horas pasan desapercibidas, el tiempo se diluye, la vida gira en torno al tiempo que imponen las estaciones y no los soberbios calendarios. El paisaje es amplio, los pulmones se colman de aire, la quietud es casi agotadora y el silencio sólo puede verse interrumpido por el trino de los pájaros que buscan pareja, alguna vaca lejana que mugen o el chillido de los téros siempre nerviosos, siempre alcahuetes.
Viajé con mi familia...y la tía Nydia, para los allegados, “la tía muda”. Esta mujer, cuya edad no pienso delatar pero que ya a asistido a la unión en pareja de varios de sus nietos, tiene el extraño talento de hablar casi sin respirar a un ritmo vertiginoso que imposibilita a los restantes asistentes a su disertación meter “un aviso publicitario”. Su dón esta tan finamente cultivado que, contrariamente a lo que uno pudiera suponer, no repite ninguna anécdota. Teje con maestría el tapiz de su monólogo en forma tal que puede comenzar hablando de los mosquitos para terminar haciendo alguna referencia al segundo plan quinquenal de Perón y de allí, casi sin escalas, al tuco que tanto le celebra uno de sus hijos. Tiene una vitalidad juvenil en su arrugado rostro que hasta disfruta de afirmar que “esto de llegar a viejo es una porquería” mientras se clava dos pedazos de salamines, reclama que le sirvan un poco más de cerveza, organiza su próximo viaje a Grecia y me recuerda que le grave las fotos en un “compact disc”.
La tía muda hace honor a su mote y no ahorró en criticas al carnicero que le deshuesó el pollo que rellenó con un menjunje de jamón, queso y ananá para ser devorado escasas horas después, como tampoco se cansó de alabar lo dichosa que era la gente que vivía en estos parajes del mundo al no tener necesidad de cerrar con llave la puerta de entrada de sus casas.
En resumidas cuentas ha sido un fin de año de lo más conversado (si es que se el término se pudiera aplicar) y así siguió al día siguiente cuando a eso de las 10 de la mañana me despertó con la infinidad de ruidos que hacía intentando calentar un café en el microondas. Terminé ayudándola cuando, sin solución de continuidad me dijo “Buenos días. ¿Hay nene no me ayudarías con esto que no sé dónde esta el botón para calentar? ¿Te desperté? Hace tanto tiempo que no dormía tanto, porque yo en Buenos Aires a eso de las seis ya estoy tomándome unos mates que me hacen bien para ir de cuerpo y........”.
Pese a todo, reconozco que debo sinceramente agradecerle a Nydia su predisposición, su jovialidad, su buen humor y su actitud dicharachera que alegró este comienzo de año, poniéndole una pincelada distinta y una imagen que quedó grabada en la lente de mi cámara pero que, por expreso pedido de ella, no publicaré en este blog: La ducha que se dio al borde de la pileta con agua fría y gorra de baño incluida. Eso sí, aclaró que las “partes intimas se las higieniza en el bidet”.