miércoles, 4 de febrero de 2009

No me digan que no avisé

Me encontraba en pleno receso vacacional pensando en las cosas trágicas de la vida, como levantarse a las 3 de la mañana con unas irrefrenables ganas de mear e impactar el dedo meñique del pié contra el borde de la cama. Complicación que genera un gran dolor, que no podremos curar gritando abiertamente para no despertar al resto de la familia que duerme plácidamente, junto a una renguera momentánea que retrasara la posibilidad de vaciar la vejiga, aumentando el riesgo de orinar el piso de la habitación. De pronto un pensamiento atravesó mi frente y se instaló casi como una hipótesis científica o una sentencia judicial: ¿Acaso tenía alguna chance de ser normal?
Entonces rápidamente repasé en mi memoria que, aunque perezosa y corta, alguito nomás retiene.
Veamos.
Soy hijo de un abogado y una psicóloga, lo que no requiere mayores explicaciones.
Como si esto fuera poco, nací en plena dictadura militar, crecí escuchando a Donald cantar "El auto de papá", a María Elena Walsh diciéndome que el mundo estaba al revés y que Monoliso salvaba a la naranja que antes pretendía devorarse. Ví a las trillisas de oro gaznando en el Club de Disney, a Margarito Terere bailando en la Ciudad de los Niños, a los Pitufos viviendo con una sola mujer que no podían tocar, y a He Man volviendo a ser el Principe Adams (verdadera personalidad de este supermachote de sabios consejos). En definitiva, soy heterosexual casi de pedo.
Para peor tuve que vivir bajo el signo del Peso Argentino, lo que me obligó, a tierna edad, a llevar en los bolsillo las pesadas monedas de 100. Estos metales servían tanto para comprar un par de chupetines, unos caramelos de la selva y dos naranjú (brebaje que me sabía delicioso y que ahora solo me podría generar una acidez que ni Nalbandian disfrazado de gladiador romano podría quitarme por un lustro) como para romper el cráneo de algún compañero molesto que intentara apretarme los apetecibles cachetes que por entonces portaba.
El valor de esta arma homicida se depreció, para mí, pronto, y los vaivenes económicos ayudaron a que el kiosquero pudiera explicarme, práctica y crudamente, que era la inflación: con la misma monedita que ayer compraba todo lo que dije, ahora sólo accedía a dos palitos de la selva...el Naranjú era pasado.
Al poco tiempo, ya durante el gobierno de Alfonsín (muy contento cantaba "siga el baile siga el baile al compas del tamborín que a Perón lo colgaremos de la plaza San Martín...viva Alfonsin, viva Alfonsín", lógicamente sin entender un pomo porque mierda lo hacía) escuché anuncios de toques de queda en la radio AM de mis abuelos mientras miraba Benny Hill (programa que era considerado procaz, casi pornográfico, y que ahora, al lado del baile en el caño que publicitan hasta por el Disney Channel, es un sermón dominical) y cambié las emisiones infantiles por las imágenes de los saqueos masivos, que me causaban la misma impresión que las películas de cowboys que pasaban los sábados a la tarde por la tele (puede que por "canal 9 libertad" y su maldita palomita blanca) donde una horda de salvajes, sucios y malignos indios atacaban sin razón ni misericordia alguna a los blancos, limpios y nobles vaqueros.
Estuve obligado a entender por que mágica razón había que sacarles tantos ceros a la moneda y que un billete de 1000 pesos con la imagen del Libertador General de San Martín valía lo mismo que uno de 1 Austral con la cara de no sé quien corno, que me daba mi abuelo todos los fines de semana junto con una barrita de chocolate Milka. Igualmente me vi reconfortado cuando al poco tiempo decidió que me estaba dando poco y mi semanalidad paso a 10 australes....Iupi!!!.
Pero las alegrías no terminaron allí. Tuve la dicha de ver a Argentina campeón de la copa mundial de fútbol y todavía tengo una figura del gauchito y las monedas conmemorativas de este acontecimiento que nos puso a la vanguardia el balonpié mundial. La verdad que no recuerdo mucho los festejos, ha de ser porque mi padre estaba más ocupado en como se estrolaría con su Chevy que en ver fútbol. Igualmente esta pasión se la debo más a la cultura futbolístca de nuestro país que a la imagen masculina de mi padre, ya que de este deporte sabe poco y nada, a duras pena vio alguna que otra vez Fútbol de Primera y, para colmo de males, es hincha de Platense.
Igual, guarda!!, que luego vino la hazaña de Méjico 86, de lo que algo recuerdo y la final de Italia 90 a la que llegamos por la suerte de la tómbola de los penales y las manos del Goyco. Mi madre aprovechó la tensa circunstancia y mi desatención para hacerme deglutir cantidades industriales de ensalada de lechuga y tomate directamente del Tuperware. Allí aprendí lo importante de ser "Campeones Morales" (What the fuck?!).
Pero prosigamos. Luego de varias idas y vueltas y de disfrutar de extensas vacaciones en la ciudad de Punta del Este cuando no estaban ni las chicas de Pancho Dotto, ni "Ritmo de la Noche", ni la Barra tenia dos puentes, ni existía ese adefesio inmundo del Conrad y José Ignacio era un lugar perdido en la desolación de la nada, engrosé la lista de "hijos de padres separados". Hoy debo sincerarme y agradecerle al cielo que mis padres se hayan divorciado, tal vez mi demencia hubiera sido francamente indisimulable y actualmente estaría internado junto con Charly García en la chacra de palito haciendo terapia de grupo al son de "yo tengo fe que todo va a cambiar...".
Pese a que fui cambiado de colegio y, en consecuencia, no pude seguir aprendiendo economía política en el kiosco, fui bendecido por el primer gobierno menemista cuando estaba en la edad de la adolescencia. Volvimos a sacar no sé cuantos ceros y volvimos a tener una moneda que se llamaba pesos. Esta nueva economía por decreto me permitió disfrutar de las bondades que implicaba poder saborear gaseosas extranjeras (Coca Cola de uva, Mirinda de mandarina, etcétera) y darme el lujo de comprarme cigarrillos importados (John Player Special, 505, Marlboro mentolados light y otros largos 120’s que venían en dos colores y que siempre se apagaban a la mitad...ah!..More). Igualmente mi inicio en el tabaquismo tuvo menos glamour y se debió a las pitadas que le dí a un "Derby Suaves" que le afané a mi vieja y que prendí un 25 de mayo en la terraza de mi amigo Pety.
Menem también me dio la posibilidad de ahorrar en dólares (ya no me acuerdo mucho como eran los billetes de cien que antes, todos los meses, metía en una bolsita al fondo del placard ya que siempre fui desconfiado de los bancos...aspecto que generó muchas críticas en mi familia, pero el tiempo me terminó dando la razón), de viajar por el país, de comprarme una colección de compacts piratas originales (¡Oooooh!) de John Lennon y hasta de rechazar un viaje a New York...Sí, "Menem lo hizo".
Pero bueno, la adolescencia termina y cuando llega la edad de la madurez, cuando uno decide sentar cabeza, tomar el toro por las astas, volar del nido, adquirir libertad, conseguirse una china, comprarse el rancho y las cuatro ruedas...se fue todo a la mismísima mierda.
En un año tuvimos ya no se cuantos presidentes, lo que el día de mañana va a generar varios bochasos en Historia Argentina y si bien no renunciamos al peso, aprendimos a manejar monedas paralelas (Patacones, Lecops, Federales, etcétera) a lo que se adicionaron los papelitos de los clubes del Trueque ¡y todo fue una algarabía de colores en la billetera!.
Entendimos porque los autos usados subían de precio, entendimos que accederíamos a cuatro paredes y a un techo alquilando (¿Alguien logró comprar algo más o menos igual a lo que alquilaba con esos créditos para la vivienda del cien por ciento que con tanta bambolla fuero publicitados desde el gobierno?) y que la china no se ocuparía de nosotros ya que tendría que laburar como burra para poder ayudar a sustentar la economía del hogar.
Igualmente me quejo de lleno ya que en "Argentina, un país en serio" las cosas caminan, puede que este todo un poco más caro, aunque lo niegue el Indec y la mayoría de los Argentinos compremos en un lugar distinto a donde lo hacía uno de nuestros Jefes de Gabinete, pero no me torturo el cerebro para comprenderlo, el kioskero me dio las instrucciones básicas que me permitirán sobrevivir al "Efecto Tequila", al "Efecto Mate", al "Efecto Sushi", al "Efecto Jazz" o a lo que se venga.
En síntesis, aún sin ahondar en detalles personales, que evitaré mencionar para darle el gusto a mi madre que sostiene la existencia de una agencia internacional que se dedica a recopilar información de personas intrascendentes como yo en un fichero mundial que luego será utilizado vaya uno a saber para qué, vuelvo sobre la hipótesis inicial....Siendo hijo de la dictadura, adolescente menemista y adulto en tiempos de las perores crisis económicas de la historia, ¿Acaso tenía alguna chance de ser normal?...lo dudo. Eso sí, no me digan que no avisé.