Desde tiempos inmemoriales el ser humano ha luchado denodada e inutilmente contra el tiempo. Si antaño mercaderes nomades prometían la juventud eterna en pequeñas pociones mágicas, hoy la cuestión se ha tecnificado hasta limites insospechados. Hay liftings, botox, cremas antiage, cremas proage, pinchazos noage, alimentos antioxidantes, pilates y vaya uno a saber cuantas cosas más que buscan perpetuar la fresca juventud. ¡Juventud, divino tesoro!.
Combatimos contra las arrugas, las patas de gallo, las canas, la calvicie, en síntesis, contra cualquier síntoma que denote que el tiempo inevitablemente pasa. No tiempo como ese conteo interminable, repetitivo e inexorable que marcan los relojes, sino el tiempo biológico que se cuenta por achaques y marcas corporales que por más que nos esforcemos apareceran. La lucha es inevitable y no pretendo ponerme a filosofar como un sofista barato sobre la crueldad o la dicha de la maduración, sino que quiero comentar como mis abuelos en su inagotable sabiduría de años han encontrado el remedio para retrasar el tiempo.
Ellos que han atravezado más de medio siglo de vida, que han vivido las tragedias humanas, que contienen en sus retinas aún fresco el recuerdo de las primeras radios a galena, de los limpia rayos de los automóviles, del lechero y el aguatero pasando por la puerta con sus carros tirados por cansados caballos, de los vendedores de pizza que portaban sobre sus lisos craneos esa masa italiana que hemos adoptado como alimento nacional. Mis abuelos, los que han caminado la Avenida de Libertador empedrada, que evitaban deambular en horas de la noche el bajo de retiro, zona de bándalos, malevaje y guapos, han encontrado el remedio que los magos, los curanderos, las brujas y los cientificos no logran descular. Yo, tal vez traicionando su confianza, decido compartir con ustedes el secreto del Gran Misterio.
La cuestión es sencilla, mi abuela loopea y mi abuelo va en slow motion. Basta un ejemplo como muestra.
Mi abuela suele empecinarse en repetir pensamientos o conversaciones dos, tres y hasta cuatro veces. El fin de semana pasado, sin ir mas lejos, Me preguntó si me gustaban los moñitos con manteca. Lógicamente entendí que me quería tender una trampa, ya que desde que tengo cinco años pocas cosas hay tan ricas como los moñitos con manteca de mi abuela. Por ende le dije que sí. “¡En serio!”, respondio. No me creí la espontaneidad con que lo dijo. La vieja seguramente había apelado a su sarcasmo. Entonces se puso a cocinar y mientras cargaba la cacerola con agua volvio a preguntarme: “¿Te gustan los moñitos con manteca?”. “Si abuela” respondí. “¡En serio!”, reiteró con la misma cara de sorprendida. ¡Que grande mi abuela, que manera de multiplicar el tiempo!. Pero no contenta con esta optimización de los segundos de vida física, volvio a batallar mientras sacaba el pan lactal de la heladera “Drean”. “¿Te gustan los moñitos con manteca?”... ¡Idoooola!..jajaja.
Luego cuando ya me encontraba saboreando el manjar cacero, me preguntó dos veces donde quedaba mi casa, cuando me había mudado y volvió a pedirme un plano para llegar a mi hogar (tiene esa pulsión a pedir planos de donde quedan las casas de toda la familia. Vicio porteño de creer que todos los que vivimos mas allá de la General Paz estamos en el medio del campo y vamos a pescar a los arrollitos que se niega a creer entubados).
Mientras tanto mi abuelo se tomo nada mas que cuarenta y cinco minutos para dejar su libro de historia de Sarmiento (El chabón es el mayor historiador ignoto de Sarmiento), orinar y sentarse en la mesa... ¡Fenooooomenoooo!
Diganme la verdad, acaso no existe técnica mejor para que el tiempo se retrase, se demore en transcurrir. Nosotros, los que aún creemos que somos jovenes por esa convención social que dice que a determinada edad sos niño, en otra joven, luego adulto y finalmente geronte, vivimos multiplicando las actividades pensando que de esa manera todo va mas lento pero ¡NO!, desengañemosnos, al final de cuentas todo se sucede en una voragine indescifrable, a una velocidad meteórica, a un ritmo que diluye el disfrute de los que esta sucediendo. Los nonos con la experiencia de los años se percataron que la multiplicación y la lentitud eran la clave, The Key. Y ahora me vienen a decir que “El elogio de la lentitud” es una novedad. ¡Por favor!
Combatimos contra las arrugas, las patas de gallo, las canas, la calvicie, en síntesis, contra cualquier síntoma que denote que el tiempo inevitablemente pasa. No tiempo como ese conteo interminable, repetitivo e inexorable que marcan los relojes, sino el tiempo biológico que se cuenta por achaques y marcas corporales que por más que nos esforcemos apareceran. La lucha es inevitable y no pretendo ponerme a filosofar como un sofista barato sobre la crueldad o la dicha de la maduración, sino que quiero comentar como mis abuelos en su inagotable sabiduría de años han encontrado el remedio para retrasar el tiempo.
Ellos que han atravezado más de medio siglo de vida, que han vivido las tragedias humanas, que contienen en sus retinas aún fresco el recuerdo de las primeras radios a galena, de los limpia rayos de los automóviles, del lechero y el aguatero pasando por la puerta con sus carros tirados por cansados caballos, de los vendedores de pizza que portaban sobre sus lisos craneos esa masa italiana que hemos adoptado como alimento nacional. Mis abuelos, los que han caminado la Avenida de Libertador empedrada, que evitaban deambular en horas de la noche el bajo de retiro, zona de bándalos, malevaje y guapos, han encontrado el remedio que los magos, los curanderos, las brujas y los cientificos no logran descular. Yo, tal vez traicionando su confianza, decido compartir con ustedes el secreto del Gran Misterio.
La cuestión es sencilla, mi abuela loopea y mi abuelo va en slow motion. Basta un ejemplo como muestra.
Mi abuela suele empecinarse en repetir pensamientos o conversaciones dos, tres y hasta cuatro veces. El fin de semana pasado, sin ir mas lejos, Me preguntó si me gustaban los moñitos con manteca. Lógicamente entendí que me quería tender una trampa, ya que desde que tengo cinco años pocas cosas hay tan ricas como los moñitos con manteca de mi abuela. Por ende le dije que sí. “¡En serio!”, respondio. No me creí la espontaneidad con que lo dijo. La vieja seguramente había apelado a su sarcasmo. Entonces se puso a cocinar y mientras cargaba la cacerola con agua volvio a preguntarme: “¿Te gustan los moñitos con manteca?”. “Si abuela” respondí. “¡En serio!”, reiteró con la misma cara de sorprendida. ¡Que grande mi abuela, que manera de multiplicar el tiempo!. Pero no contenta con esta optimización de los segundos de vida física, volvio a batallar mientras sacaba el pan lactal de la heladera “Drean”. “¿Te gustan los moñitos con manteca?”... ¡Idoooola!..jajaja.
Luego cuando ya me encontraba saboreando el manjar cacero, me preguntó dos veces donde quedaba mi casa, cuando me había mudado y volvió a pedirme un plano para llegar a mi hogar (tiene esa pulsión a pedir planos de donde quedan las casas de toda la familia. Vicio porteño de creer que todos los que vivimos mas allá de la General Paz estamos en el medio del campo y vamos a pescar a los arrollitos que se niega a creer entubados).
Mientras tanto mi abuelo se tomo nada mas que cuarenta y cinco minutos para dejar su libro de historia de Sarmiento (El chabón es el mayor historiador ignoto de Sarmiento), orinar y sentarse en la mesa... ¡Fenooooomenoooo!
Diganme la verdad, acaso no existe técnica mejor para que el tiempo se retrase, se demore en transcurrir. Nosotros, los que aún creemos que somos jovenes por esa convención social que dice que a determinada edad sos niño, en otra joven, luego adulto y finalmente geronte, vivimos multiplicando las actividades pensando que de esa manera todo va mas lento pero ¡NO!, desengañemosnos, al final de cuentas todo se sucede en una voragine indescifrable, a una velocidad meteórica, a un ritmo que diluye el disfrute de los que esta sucediendo. Los nonos con la experiencia de los años se percataron que la multiplicación y la lentitud eran la clave, The Key. Y ahora me vienen a decir que “El elogio de la lentitud” es una novedad. ¡Por favor!
2 comentarios:
Doy Fe !!!
madre del autor
hija de los nonos
Si la sinsazon de no saber el compendio de lo prometido lleva al saber de un lindo recuerdo interpretar una sabia realidad entonces la riqueza de lo místico sobrepasa toda idea de lujuria y la sabiduria entiende lo pasado y comprende lo infinito que es el saber que todo lo lento tiene pasado y lo rapido generalmente se olvida. Facundo Rua
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