sábado, 21 de junio de 2008

Mimí

El otro día (expresión indefinida con la que suelo identificar acontecimientos que ocurrieron hace quince minutos o diez años) fui a visitar a una amiga a la escribanía donde labura desde hace algun tiempo (otra indefinición) y de paso, además de manguearle un café, pedirle su opinión profesional sobre sociedades para analizar una cosa en el laburo que me estaba partiendo la cabeza desde hacía días. Subí por uno de esos acensores modernos que parecen una cajita de zinc con tapa plástica que al fondo tienen un gran espejo para disimular las dimensiones de caja se zapátos y, de paso cañaso, mostrar la cara demacrada de uno cuando llega a la mañana.
La cuestión, lo interesante del asunto, es que tuve la grata sorpresa de conocer a Mimí.
Era una mujer entrados, sobradamente, en los cincuenta años, de labios carnosos prolijamente pintarrajeados de rosa Barbie (o por lo menos eso creo...algún día les hablaré de mi daltonismo), que combinaban con una blusa de cuello escote en V del que asomaban dos inmensos (si reitero) inmensos senos que indudablemente mostraba de forma deliberada. Su pelo rubio ceniza le caía onduladamente sobre los hombros y frente a sus ojos marrones portaba un par de anteojos que hoy denominamos “retro” pero que debían tener casi la mitad de su edad. Sentada detrás de un escritorio en que resaltaba una taza grandota con la leyenda “Recuerdo de Mar del Plata” y el infaltable lobo marino en posición de estar desperezándose, me reglaló una gran sonrisa a dentadura completa.
- Buen día joven.
- Buen día, vengo a ver a María.
Sin inmutarse pero con un brillo picaro en sus ojos tomó el teléfono y marco unos numeros. Tenía la mano rellenita y una docena de anillos dorados poblaban los cinco dedos que remataban en una uñas pintadas en composé con los labios. Al cabo de unos segundos con la misma amabilidad y brillo en sus pupilas me dijo que iría a buscarla. Lo gracioso no fue solamente ver que debajo de la pollera negra con bolados asomaban un par de zapatos también de color rosa, sino que la oficina donde estaba María quedaba a escasos metros y pude escuchar todo lo que le decía Mimí.
- Nenina, aca hay un joven caballero viene a buscarte – la entonación que puso a las palabras eran las mismas que suele poner una vieja chusma sosteniendo el carrito del almacen mientras le comenta a la vecina que el verdulero le arrastra el ala a la empleada de La Carmen – esta esperandote en la Sala. ¿Quién es este muchacho? Porque hacía tiempo que no venía alguien a verte a la oficina y claramente, cliente no es.
Casi podía adivinar la cara de María mirandola a Mimí con expresión de “¡Que mierda te importa! ¡Porque no me dejas de romper las pelotas!”. Sin embargo, Mimí parecía obstinada en sacarle información.
- ¡Dale nena, no lo vas a tener allí esperando una eternidad! Es un rico chico, medio petiso y esa barbita que tiene no me convence. ¿De donde lo conoces? ¿Es de la facultad?.
Se escuchó un silencio.
- Bueno, no te preocupes si no querés contarme no importa, yo le digo que te espere un segundo. ¿Es del curso de ruso, vecino de tu barrio, amigo del colegio?.
Nuevamente el silencio.
Se abrió la puerta y aparecieron Mimí, su blusa rosa, sus grandes tetas y su sonrisa picarezca.
- ¿Desea tomar algo? – me preguntó
- Mimí, toma, mandame este fax, llamame a Alberto, anda a sacarme dos fotocopias de este papel y de paso comprame un Marlboro light box diez.
Quien interumpía era un hombre que debía tener la misma edad de Mimí cuyas canas sólo aumentaban su porte masculino (algo así como Richard Gere, Sean Connery o el hijo de puta de Pierce Brosman). De pronto me pareció sentir que la alfombra del lugar se humedecía, que un tenue pero perceptible aroma a rosas inundaba aire, que un vals edulzaba los oidos, que miles de pétalos caían del techo y todo salía de las pupilas de Mimí que miraba a este hombre (indudablemente uno de los jefes del lugar) con embelesada cara de quinceañera enamorada.
- ¿Siiiiii...necesita algo maaassss? – preguntó en un suspiro que, debo ser sincero, se parecía más a un gemido de gozo después del orgasmo.
- Si que me pagues el colegio de los chicos en el pago facil de la vuelta.
Ya se había retirado este hombre y los ojos de Mimí aun estaban dirigidos hacia el pasillo por donde desapareció. Se abrió una puerta y apareció María cargando unas carpetas, su mochila, acomodándose el flequillo y buscando algo en los bolsillos de su tapado.
- Vamos – me dijo – Chau Mimí, hasta mañana.
- Cha au, que la pasen bien – y un grotesco guiño de ojos.
Subimos a la cajita de zinc y no pude evitar comentar lo personaje que era esta Mimí.
Entonces María, cuando llegamos a la confitería que esta en la esquina de Cordoba y Florida y ya habiendo efectuado sus tres muecas características (la viejita de ojos cerrados, la miradita al cielo con carita de “que le vamos a hacer” y la “te estoy leyendo la mente”) me comentó un poco la vida de esta mujer y que iré comentándosela en alguna otra entrega.
Basta por ahora decir que hacía treinta años que trabajaba en esa escribanía, que era soltera, que tenía un record imbatible de puntualidad y, como si no me hubiera dado cuenta para entonces, una inexplicable necesidad patológica de pintarse los labios y las uñas de rosa.

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