viernes, 25 de julio de 2008

"Esa maldita especie"

Si filántropo es aquella “persona que se distingue por su amor al género humano” (Diccionario Enciclopédico El Ateneo, quinta edición, 1985) y su antónimo, misántropo, esta referdo a la categoría de seres humanos que sienten aversión, odio, asco o desprecio por los “animales mamíferos bípedos supuestamente racionales”, es indudable que los máximos exponente de esta última categoría son “Los Porteros”. Y quiero destacar que utilizo este término en forma deliberada.
Motiva a risa el ataque de histéria que experimentan estos seres cuando los llaman así. Como si se sintieran rebajados de su condición de “Magnánimos nobles, hijos de Dios, llamados regir las vidas de todos los condóminos del edificio” y contestan, con tono de reproche, “Yo soy El Encargado” mientras un haz de luz proveniente de la dicróica de la entrada ilumina sus cabellos.
A tanto ha llegado esta fobia por sentirse degradados que apelando a sus amplios poderes de persuasción (nótese que tienen la mezcla exacta entre “vieja chusma” y “director técnico del seleccionado nacional”), lograron que en las botoneras de los edificios ya no se identifique como “Portería” a la cueva donde anidan y se reproducen estas criaturas, sino que se haga referencia al “Encargado”. Inclusive, en algunos casos, el correspondiente botón se ubica en el centro del tablero, dándole un aire especial, al lado de los restantes botoncitos mundanos alineados para señalar las frías y vacías letras (o números) de los departamentos.
Ustedes pensarán seguramente que mis palabras son injujstas y hasta discriminatorias. Puede que recuerden a “Quique”, a “La Norma”, a “Doña Beatriz”o al “viejo Roberto que me compraba el diario todas las mañanas” con un dejo de ternura. Sin embargo, tengo sólidos fundamentos y puebas irrefutables que demuestran que todo cariño o dedicación que pongan en “ayudarnos” o satisfacer nuestros deseos es símplemente una pantalla para disimular su desprecio absoluto por nuestra existencia.
En efecto, todas las mañanas estos topos urbanos se visten con mamelucos, toman la escoba, el secador de piso, un trapo y el valde, y con macabra sonrisa abren la canilla inundando toda la vereda, empujando con chorros los papeles, las colillas y las hojas, trabándose en una lucha sin cuartel contra todo aquel elemento extraño que viene a polusionar la entrada de “su” edificio. Algunos complementan el “genocidio de basura” frotando ferozmente las baldosas.
Uno puede verlos compenetrados en sus labores cuando despunta el día pero si afinan bien la vista, si prestan real atención, pueden notar como sus globos oculares se mueve rápidamente hacia el rabillo buscando potenciales víctimas; desprevenidos transeuntes que con paso agitado para ir al trabajo no se percatan que justo allí (¿casualidad?...lo dudo) hay una baldosa floja. Todos sabemos que ante nuestro pisotón, un chorro de agua sucia (llamado también escupida) se elevará del piso directamente hacia nuestro calzado y pantalónes condecorándolos. Esa es la marca que dejan en sus víctimas y que muestra a toda su comunidad la eficacia de su trabajo. También estan los que se hacen los distraídos y mientras sostienen la manguerita giran brúscamente y, cual samurai, nos rasuran con su acuosa espada. Y si la situación es indiscimulable bajarán el adminiculo pero mirarán con gesto de odio y reprobación.
Pero ello no es todo, ni bien te mudas al edificio ya saben al departamento donde irás a vivir y si piensas que no lo conocen por dentro estas equivocado. De seguro habrán hecho algún “arreglo” con anterioridad, habrán ayudado a cargarle las bolsas del supermercado al que vivía antes o, directamente, habrán hecho la instalación clandestina de la señal de cable que, obviamente, tomaron el recaudo de quitar antes de que llegue el nuevo “inquilino/súbdito” para volver a cobrarle el precio de la chantada. Por ende, conocen todos los recovecos y secretos de funcionamiento del hogar donde viviremos.
Luego de una conversación informal, amparados por su mítica condción (¿Quién nunca habló con el portero?), averiguaran tu nombre, algunos datos de tu vida (edad, trabajo, estado civil) y así seguirán absorviendo información que volcarán en formularios mentales inviolables y que administrarán en la forma más ventajosa a sus intereses. Inclusive, estos nefastos seres, no titubearan en proponerte algún chanchullo pero recordándote que no debe entrarse nadie “porque después el problema lo tengo yo” (palabras que en realidad hay que leer como “Yo te mando al muere y me lavo las manos”) y llegado el caso te recordarán lo mucho que saben de tu vida y que conocen a tu familia (“¿Cómo esta la tía pocha?, hace mucho que no viene por acá ¿Sigue viviendo en Malabia y Corrientes”), hasta puede ocurrir que en un momento de emergencia haga referencia a su organización (“¿Sabés que justo da la casualidad que el encargado del edificio donde vive tu novia es amigo mío?”). Claro que pueden existir fisuras y que algún integrante de la organización sintiéndose omnipotente acose sexualmente a alguno de los que estan llamados a controlar. La sentencia será categórica: destierro, cambio deactividades o, en casos mas leves, readaptación.
Nadie puede negarme que esta es una realidad, todos vivimos situaciones similares que consideramos normales e inofencivas: simple conversación “bla bla” sin importancia; “colaboraciones y ayudas desinteresadas”; o “gauchadas de alguien bonachón que nos conoce desde hace tiempo”, etcétera.
Pero...¡NO! Si observamos con atención, si paramos la oreja, si nos detenemos un segundo, podremos vislumbrar sus ojos movedisos, sus orejas puntiagudas, su andar escurridizo y silencioso, sus manos trabajadas, su sonrisa ladina...su expresión diabólica.
Ahora podrán ver que mis convicciones no son caprichosas ni carentes de sustento probatorio, soy simplemente uno de aquellos mortales que han logrado ver más allá de las apariencias; que han pasado noches de desvelo repasando mentalmente actitudes, palabras, intensidades en la voz. Tomen la recomendación de alquien que se sumergió en las aguas pantanosas de estos siniestros misántropos o aténganse a las consecuencias.

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