martes, 30 de septiembre de 2008

Que cosa linda!

Hace unas semanas atrás recibí la invitación de mi madre y Roberto para viajar a la ciudad de Colón en Entre Ríos por cinco días. Chocho de poder cambiar un poco de aire y escapar de esta ciudad que amo tanto como odio, preparé mi petates (tres pares de medias, tres calzoncillos, tres remeras, desodorante y un libro. Claro esta que las zapatillas, el pantalón, el buso y la campera las pensaba llevar puestas), llamé a un taxi y me fui a lo de mi progenitora.
Al otro día de arribar decidimos ir a las termas de San José.
Si alguno de ustedes estuvo alguna vez en una terma habrán visto que es uno de los pocos lugares donde la gente impunemente se pasea con esas batas blancas que le dan al lugar un aire similar al que debe existir en un centro de desintoxicación, rehabilitación o un cotolengo.
Como hacía un frío interesante decidimos meternos en unas de las piletas techadas. Lo primero que sentí fue un baho húmedo con un tufillo a sudor. Observé el piso mojado, las moscas revoloteando en los charcos, el techo goteando y sólo pense que me encontraba en una especie de catacúmba o en un baño egipcio. Mi madre rápidamente divisó un lugar donde poder dejar todas las cosas sin que se mojaran y que, al mismo tiempo, no estuviera ubicado en la corriente de aire que se generaba cada vez que abrían la puerta, diera un poco de sol, no quedara demasiado lejos de los baños, tuviera “vecinos agradables”, distante de los tachos de basura y, al mismo tiempo le permitiera gozar de una visión perimetral. Tiramos todo y nos desvestimos.
Aquel “habitáculo de la salud” estaba repleto de gente inmóvil hundida, con gesto extasiado, en esa sopa humeánte donde compartían sus sudores licuados, los pelos desprendidos y, probablemente, hasta el líquido corporal de algún niño haragán para ir al baño.
Si bien esta breve descripción puede resultarles repugnante, no alcanza la magnitud del espectáculo que desgraciadamente estuve obligado a presenciar. Una mujer monstruosamente grande paso caminando junto a mí, que para entonces ya estaba sumergido en el brevaje. “Desde abajo”, pude ver que vestía una bikini color rosa con puntilla que, obviamente, no llegaba a contenerle toda su humanidad que se escapaba por el borde del corpiño. Le sobraba todo por todos lados y sin ningún tipo de piedad por el remanzo ocular de los presentes, se agachó a buscar sus ojotas que, para desgracia de este servidor, se encontraban al lado de mi cabeza. Y si, como imaginarán, su descomunal trasero quedó directamente apuntándome. Reconozco que quedé estupefacto observándo, con un gesto similar a la adoración, la mística aparición del “big but”.
De pronto las facciones de mi madre, quien se había ubicado en una de las plataformas con caños de los que salen unos chorros de agua a presión que te agujerean la espalda, se contrajeron. Giré hacia donde se dirijía su mirada.
Por una rampa, un hombre con similares características a las de la señora que mencioné, descendía a la pileta apoyado sobre dos piernitas rechonchas y compactas. Llegue a escuchar de la boca de mi madre un ahogado “¡Se va a resbalar!”. Microsegundos después comenzó a aletear en el aire tratando de estabilizar toda la masa de carne que temblaba gelatinosamente. Le fue imposible y calló de espaldas generando un tsunami cuya onda expansiva hizo que el agua golperara contra el borde opuesto de la pileta y arrastrara tres pares de sandalias, dos toallas, un paquete de galletitas y un bebé que gateaba en el borde de la pileta.
Lo más grave es que casi hace papilla a una nena que estaba jugando a su lado. Pobrecita, a su tierna edad vio avecinarse la muerte segura, pero gracias a su destreza infantíl logró saltar afuera de la pileta justo antes del impacto.
La madre tardó varios minutos en apaciguarle el ataque de pánico.
Puede que opinen que tengo algún tipo asco para con los gordos. Ciertamente estan equivocados y aún cuando no me crean y sostengan que me mueve algún tipo de “obesofobia”, estas opiniones me tienen sin cuidado.
Estuve un buen rato disfrutando de los supuestos beneficios del agua termal que aún desconozco cuales son, si funcionan o si son una especie de placebo con que psicológicamente nos engañamos.
Por supuesto, no podían faltar los comentarios psicosociales de mi madre. Estuvo treinta minutos mirando a una pareja joven, al cabo de lo cual me comentó: “Realmente él se esforzó por afearse pero parece simpático, ahora ella es una gordita asqueroza. ¡El le hablaba sin parar y ella ni bola! Hasta que se puso enfrente y como le obstaculizaba la visión lo abrazó y siguió sin prestarle atención...pero el tenía una cara de tarado enamorado!” Su reflexión era que el pibe no se merecía esa arpía y yo por mi lado pensaba “¡Flaco una vez que encontraste una que no te hable sin parar!... ¿qué parte no entendiste?”.
Luego vino lo mejor de la tarde, como si el desplomamiento y el desfile de ropa interior no hubiera sido suficiente, apareció una mujer cincuentona, delgada, con cara de bulldog, de pelo ondulado teñido de rubio furioso atado con una media cola de costado, los labios rojos, unos pantallones violetas con cinturón de igual color, una remera de las princesas de Disney (¡Si! Esas cinco princesas del orto que aparecen hasta en la crema para afeitar, todas sonrientes vaya uno a saber de que mierda) y un chaleco con motivos indigenas...Un verdadero esperpento... “¡Pero que cosa linda!” pensé.
Ansiaba escuchar el comentario de mi madre. Le chiste y le señalé a esta nena avejetada refiriéndole que se le habían caído todos los caramelos del frasco. Ella la miró y sonriente dijo “Esta fenomena...ya dio la vuelta completa...no tiene ningún problema psicológico, esta completamente sana” y siguió tomando mate amargo.
Desilucionado con el comentario, comí un par de biscochos de grasa y reflexioné en silencio: ¿Acaso es necesario ir a las “creamfields” para ver un montón de gente disfrazada haciendo ridiculeces? ¿Es indispensable sufrir una adicción para pasearse en bata sin vergüenza?.... ¡No!...visite las termas y ya esta...

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