lunes, 14 de diciembre de 2009

Fiestas Navideñas

Descubro que diciembre se ha metido imprudentemente en el calendario, casi como patoteando al resto de los meses y reafirmo la certeza de que el tiempo -que no respeta calendarios- avanza a velocidad meteórica y que compraré a último momento los regalos navideños.

Siento un sudor frío por la espalda, un ardor en el pecho, se me duerme el brazo izquierdo, siento que el final se acerca. Me aferro fuertemente a lo que me resta de esperanza y de conciencia. Me quedo paralizado frente al espejo dibujando en mi mente el cuadro repetido de todos los años. Como si atravesara los recuerdos, me visualizo en medio de un millón de personas adentro de un cubículo comercial tratando de encontrar esa “cualquier cosa” que debe ser posible de cambiar por su destinatario. Siento las manos rozándome, las bolsas golpeando en mis rodillas, la respiración de desconocidos en la nuca anhelando aquello que estamos viendo, la sensación asquerosa cuando nos arrebatan el último porta retrato de la góndola, el par de medias abandonadas al fondo del cajón, la cajita de pañuelos, la corbata, la remerita, el collar, el libro!!!....aaaaaahhh!!!!!!!....

Tiemblo, me acurruco en la esquina del baño, estoy desnudo, puedo sentir los pasos de todas esas vendedoras que parecen la versión aggiornada del joven manos de tijera avanzando en mi dirección, doy un pantallazo por el baño, me levanto rápidamente, tómo la maquinita de afeitar, el desodorante, abro la ducha y me meto rápidamente.
De pronto la presión que no me deja respirar va clareando, las piernas no me zumban más, la cola con la junta de los cerámicos marcados va volviendo a ser carne y pelo, el agua corriendo por mi rostro me relaja, me pregunto que hago con el desodorante en la mano, respiro hondo, chasqueo los labios, me rasco la cabeza y caigo en la cuenta de que volveré a pasar por el cadalso.

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